¡Bienvenidos a territorio militarizado! O eso pensé al bajarme del avión y encontrarme a un par de hombres que en lugar de recibirnos con un papel y nuestro nombre asomaban su arma y una mirada entre perdida y desafiante. El aeropuerto principal tenía a los “matones”. La ciudad, sin embargo, se había acostumbrado a vivir en máxima alerta. Los agentes de policía y militares entran a tomar cafés a los establecimientos como un ciudadano más. El frío lo requiere, el termómetro no sube de los cinco grados. Son seres humanos.
Las espectaculares redadas del pasado domingo y lunes ya han quedado lejos. El imperioso tanque de una de las calles principales de la capital belga desprende una sensación de parque temático difícil de comprender. Ante un atentado…¿serviría de algo usarlo? ¿daría tiempo a utilizarlo? ¿Por qué esa exhibición? Por unos momentos recordé los paisajes rusos, donde se estila demostrar la fuerza del Estado ante rumores. La propaganda a veces se disfraza de noticias, otras veces de equipamiento militar.
¿Por qué Bélgica ha esperado hasta ahora para semejante despliegue de seguridad? ¿Ha sido una respuesta sobredimensionada? ¿Dónde está el problema? El coronel y experto en Seguridad, Terrorismo y Relaciones Internacionales, Pedro Baños, es poco optimista con el contexto de la ciudad, y sobre todo, con el país. “Bélgica es un país muy descentralizado, no comparte inteligencia, hay cuatro servicios distintos, y se compone de tres regiones”, lo que ya de salida supone un golpe de lleno a la lucha contra el terrorismo.
A esto hay que sumarle que en concreto Bruselas cuenta con 19 comunas, seis cuerpos de policía diferentes, una batalla constante entre el idioma francés y el flamenco. Ese descontrol deja la unidad en ascuas. Tanto que agentes locales y federales no se ponen de acuerdo con la información terrorista, se pasan la pelota del “marrón”. Sin más. Tanto como para no poder evitar la detención de terroristas como Brahim Abdeslam.
Y tras conocerse la identidad de los terroristas, llegó la alerta máxima. Cierre de colegios. El Metro. Hospitales. “Atentado inminente”, aseguraba con insistencia el primer ministro belga, Charles Michel. Y llegó la oleada de críticas. Hoy vuelve la calma.
El analista y Director del Departamento de Estudios sobre Terrorismo del Instituto de Seguridad Global, Chema Gil, es tajante: “hay toma de conciencia del lamentable papel de sus fuerzas de seguridad e inteligencia, de la pusilanimidad de un Estado”. ¿Por qué no se creó un departamento dedicado a prevenir el terrorismo? ¿Por qué no se detiene la venta de armas del turbulento barrio Molenbeek?
Molenbeek, el avispero olvidado
Y sólo tras demostrar al mundo que han engendrado un avispero en su territorio, el barrio Molenbeek, han reaccionado con una respuesta militar, una forma de “expiar sus culpas”, asegura Baños. Porque hasta ahora han recurrido al método más fácil, aislar el problema. Pensar que se trataba de un barrio, sí, germen de delincuencia, pero no más allá de la común. Donde sí, la población musulmana copa la zona, pero sin llegar a atisbar cualquier síntoma de radicalización yihadista. Quizás las instituciones no llegaron a ver que para cualquier otro ciudadano le es bastante difícil vivir en la zona. Su alcaldesa, Françoise Schepsmans, reconoce que “hay fundamentalismo” en Molenbeek y pide ayuda para afrontarlo. Ahora. Porque mientras tanto el desempleo juvenil ha llegado poco a poco hasta el 40% en la comuna. Dato más que suficiente para mantener a su joven población deprimida, paralizada y ociosa para delinquir…o radicalizarse.
Y los años pasaban. Y desde los años 90 que llevamos sumidos en este nuevo conflicto global se suceden los atentados, las captaciones. Y la mayoría de los radicales que han viajado a luchar junto al Estado Islámico desde Europa lo han hecho desde Bélgica.
Para bien y para mal, se trata de un país que por su situación geográfica se convirtió en sede de las más importantes instituciones europeas: llano, fácil de atravesar, incluso en bicicleta. Hace frontera con países clave como Francia o Alemania. Ese fácil transitar suma puntos para que se haya convertido en caldo de cultivo terrorista.
Y Bruselas. Una ciudad cara. Donde quien tiene empleo vive bien. Donde estos días los turistas podían sentirse los más seguros del mundo. En la que los restaurantes y tiendas estaban abiertas, donde no miran con recelo. Donde entienden que hay que comer cada día y en los que reciben con una sonrisa. Donde las calles estaban más vacías de lo normal, donde los periodistas campaban a sus anchas. Y entonces los militares se convierten en meros actores de un espectáculo que durará unos días más. No huele a miedo, sino a calma tensa. Los terroristas lo consiguieron, pero a medias.